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Foto del escritorjavigenoni

El recuerdo de su Alteza Real Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, el Príncipe polista


Por Alejandra Ocampo


Alguna vez había dicho que no quería llegar a los 100 años, aunque los británicos esperaban con muchísima ansiedad ese nuevo milestone para la Casa de Windsor. Y el destino se encargó de cumplir con su deseo – a tan solo dos meses de su centenario, nos dejó Su Alteza Real Príncipe Felipe Duque de Edimburgo. El desenlace ocurrió pacíficamente, el viernes 9 de abril por la mañana, en el Castillo de Windsor con su esposa, Su Majestad la Reina Isabel II, a su lado, de acuerdo con el comunicado oficial de la Casa de Windsor. Desde que se supo la noticia, el mundo entero le ha rendido tributo y el punto culminante será el próximo sábado 17 de abril cuando todo el Reino Unido haga un minuto de silencio en memoria del Duque de Edimburgo, exactamente a las 3 de la tarde, hora de Inglaterra, previo al comienzo de las exequias en la Capilla de San Jorge, en Windsor.


Además de su brillante carrera naval, condecorado después de la II Guerra Mundial, de su vida de servicio y deber a la corona y a su país, y ser el consorte más longevo de la historia británica, el Duque de Edimburgo también dejó una marca inigualable en el polo por sus logros - entre otros, fue un destacado jugador que llegó a los 5 goles de handicap, fundó un club y estuvo en Argentina en reiteradas ocasiones para practicar su deporte favorito.


Nacido como como Philippos, Príncipe de Grecia y Dinamarca el 10 de junio de 1921, en la Villa Mon Repos, isla de Corfu, en Grecia, fue el menor y único hijo varón de la Princesa Alicia de Battenberg y del Príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca. Más allá de su posición privilegiada, la vida de Felipe no fue precisamente un cuento de hadas.

En 1922, cuando Felipe tenía tan solo un año, Grecia sufre una catastrófica derrota en la guerra ante Turquía, que lleva a la abolición de la monarquía. Temiendo por sus vidas, Andrés y Alicia, huyen a Francia con sus hijos; Philip, de tan solo un año, el menor y único varón, es sacado de Grecia escondido en un cajón de naranjas.


Es importante notar que en 1917, promediando la Primera Guerra Mundial, un cambio significativo iba a afectar a la familia de su madre. El entonces Rey Jorge V de Inglaterra debe modificar el nombre de la casa real inglesa, conocida en ese entonces como Casa de Saxe Coburg Gotha por sus ancestros alemanes; con Alemania de la vereda de enfrente en la guerra, era necesario cambiar urgente la marca. Así surgió la Casa de Windsor, y todos los Battenberg residentes en Inglaterra no solo debieron mutar el apellido a su traducción inglesa, Mountbatten (en ambos casos, “Montaña de Batten”), sino que debieron renunciar a sus títulos alemanes.


Una vez en Francia, un hermano de su madre, George Mountbatten, Primer Marqués de Milford Haven, se convierte en tutor de Felipe, quien recibe educación en Francia, Alemania y Escocia. En 1938, durante su estadía en Escocia, muere su tío George; es cuando surge la figura de otro tío de Felipe, también hermano de su madre, y que se iba a convertir en una pieza clave en su vida y formación: Lord Louis Mountbatten, a quien Philip siempre llamó Uncle Dickie.


Al finalizar sus estudios en Escocia, y animado por Lord Mountbatten, Philip se enroló en la Royal Navy; en 1940 se graduó como el mejor de su promoción del Royal Naval College en Dartmouth. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en varios frentes navales, y fue condecorado por su desempeño. Sin dudas, a Felipe le esperaba una carrera naval espectacular; pero el destino le tenía preparado algo muy diferente…


En 1939, el Rey Jorge VI, su esposa la Reina Isabel, y sus dos hijas, Isabel y Margarita, de 13 y 11 años, respectivamente, hacen una visita al Royal Naval College, en Dartmouth. Por pedido de Lord Mountbatten su sobrino de 19 años fue el acompañante de las chicas, aunque haciendo foco en la mayor, Isabel, la heredera al trono de Inglaterra. Lo cierto es que si bien Uncle Dickie fue una especie de celestino real, también la Princesa se enamoró perdidamente de ese alto, apuesto y rubio cadete naval. La Segunda Guerra Mundial los alejó físicamente, pero mantuvieron contacto permanente por correspondencia. Al finalizar la contienda, el Rey dio su consentimiento al matrimonio de su hija con Felipe; el compromiso fue anunciado el 8 de julio de 1947. El día anterior a la boda, prevista para el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster, Felipe se convirtió en el Teniente Philip Mountbatten, de la Royal Navy. El Rey le dio tratamiento de Su Alteza Real Duque de Edimburgo, Conde de Merioneth, Barón de Greenwich y le otorgó la condecoración Order of the Garter.



La pareja fijó su residencia en Londres, en Clarence House y posteriormente, las obligaciones navales de Felipe los llevaron a Malta. Allí, en 1951, alcanzó el grado de Teniente Comandante y se puso al frente por primera y única vez de un buque, el HMS Magpie. La pareja ya tenía dos hijos, Carlos (1948) y Ana (1950). Más tarde vendrían Andrés (1961) y Eduardo (1964).


A fines de enero de 1952, Isabel y Felipe fueron enviados a una larga gira por los países de la Commonwealth, sin saber que el Rey estaba gravemente enfermo. Por eso, pocos días después, el 6 de febrero de 1952, la noticia de la muerte de Jorge VI, cuando la pareja estaba en Kenia, fue un terremoto, especialmente para Felipe: su esposa se había convertido en Reina de Inglaterra, y con ello, finalizaba su prometedora y brillante carrera naval, para convertirse en el marido de la Reina. Tras la coronación de Isabel, en 1953, la familia se muda a Buckingham Palace, donde los courtiers insistían en aislar a este outsider que no solo quería aggiornar una monarquía que veía demasiado anticuada y obsoleta, sino que se resistía a ser un elemento decorativo al lado de la Reina. Pasaron muchos años hasta que Felipe, hombre activo, inteligente y dominante, logró imponer su personalidad. No solo fue aceptado por Buckingham Palace, sino que los británicos lo adoraban por su carácter extrovertido e irreverente y su particular sentido del humor, que lo llevó en más de una ocasión a desafiar el protocolo que tanto lo aburría. Sin dudas, Felipe, con el incondicional apoyo de su esposa, fue el motor de la modernización de la monarquía, especialmente durante los años 60, cuando la popularidad de Felipe se disparó a lo más alto.


El 2 de agosto de 2017, con 96 años y muchos de servicio en sus espaldas, el Duque de Edimburgo, decidió retirarse de las royal duties, y pasar su jubilación en la tranquilidad de Wood Farm, una finca de Sandringham, en Norfolk. Desde entonces, se lo vio muy poco en público, y a causa de la pandemia, debió confinarse junto con su esposa en el Castillo de Windsor. Si bien siempre gozó de buena salud, tuvo diversas internaciones sin consecuencias graves, pero su salud decayó considerablemente en los últimos meses, que lo obligaron a una larga internación y una complicada cirugía cardíaca.


EL DUQUE DE EDIMBURGO Y SU CONEXIÓN CON EL POLO Y LOS CABALLOS


La larga vida del Duque de Edimburgo se dividió entre los compromisos reales y los deportes; principalmente el polo, que lo apasionó impulsado por su tío Lord Mountbatten. Al igual q éste, Felipe logró ser un muy buen jugador de 5 goles y tuvo su propio equipo, Windsor Park, con el que ganó dos veces la Gold Cup for the British Open, en Cowdray Park Polo Club (1957 y 1966, ésta última con el inolvidable Gonzalo Tanoira), además de varios torneos de mediano handicap - Royal Windsor Cup, Westbury Cup, y el Cowdray Park Challenge Cup. También se dio el lujo de conocer y jugar con las estrellas del deporte de la época – Antonio Heguy, Gonzalo Tanoira, los hijos de Antonio Heguy, Alberto Pedro y Horacio, Lord Patrick Beresford. Precisamente, en los 60, era un gran fan de Coronel Suarez, y en 1966 jugó la final del Abierto de Hurlingham con sus admirados hermanos Heguy. Como dijimos al principio, Felipe viajó varias a la Argentina para, entre otras cosas, jugar al polo, lo cual hacía en el Hurlingham Club y en el Club Hípico Militar San Jorge, donde era recibido con honores. Tal es así, que Felipe donó un trofeo al club. Es ni más ni menos que el Trofeo Duque de Edimburgo, que se entrega a los campeones del Abierto de San Jorge, el torneo que abre la temporada de primavera en Argentina cada año, y cuyas finales se juegan en Palermo.


Por otro lado, el polo tuvo en el Príncipe Felipe a un destacado dirigente - Patrón de la Hurlingham Polo Association, Presidente de la Federación Ecuestre Internacional, y fundador de uno de los clubes de polo más famosos del mundo, Guards Polo Club.

Felipe jugaba al polo con sus amigos, todos ellos oficiales militares, en Cowdray Park Polo Club, un lugar espectacular y lleno de historia, pero muy alejado de Windsor. Uno de estos amigos habló con Felipe sobre la posibilidad de jugar en la zona de Windsor, idea que Felipe consideró inmediatamente. Los oficiales solicitaron permiso a la Reina, una gran apasionada de los caballos, quien aprobó la propuesta, sugiriéndoles que utilizaran Smith Lawn’s, en la zona de Windsor Great Park. Los muchachos pusieron manos a la obra.


Las dos canchas se construyeron entre 1954 y 1955; se llamaron Número Uno y Número Dos, las que posteriormente iban a convertirse en The Queen’s Ground y The Duke’s Ground, respectivamente. Lord Patrick Beresford se encargó de poner las canchas a punto para los primeros chukkers, y el 25 de enero de 1955 nace The The Household Brigade Polo Club. Felipe fue designado Presidente.


A poco de abrir el club, llegaron dos profesionales argentinos Tito Lalor y Alfredo Harrington, y también los caballos; el Mayor Archie David, uno de los compinches de polo de Felipe en Cowdray, le dio al flamante club muchos de los suyos a la vez que se iban enviando ejemplares desde Argentina. En 1955, año de su fundación, se realiza el primer torneo, la Royal Windsor Cup, de mediano handicap, y poco a poco van sumándose certámenes. El de bajo handicap se llama The Archie David Cup, en honor al gran amigo del Duque, y por supuesto, llegó el algo handicap, con el que es hoy el certamen principal del club - The Queen’s Cup, en honor a Su Majestad, y que se jugó por primera vez en 1960. La mismísma Reina es la encargada de entregar los trofeos a los ganadores, con quienes siempre tiene unas palabras y una gran sonrisa.



En 1969, el club pasó a llamarse definitivamente Guards Polo Club, y con los años fue agregando canchas, el clubhouse y el Royal Box, que inauguró Su Majestad. La temporada de Guards, en tiempos sin pandemia, dura desde fines de abril hasta septiembre, con numerosos torneos para todos los niveles. En cuanto a las canchas, la más reciente es The Castle Ground, en Flemish Farm. No solo es una de las mejores de Guards, sino que lo que la hace aún más espectacular, hasta una postal, es que su backdrop es el imponente Castillo de Windsor.


En 1971, con 50 años, Philip abandonó la práctica activa del polo para dedicarse a las carreras de carruajes. Como Presidente de la Federación Ecuestre Internacional, el Duque de Edimburgo colaboró en la redacción de las reglas para competencias internacionales de carruajes, escribió un libro sobre el tema y participó en diversos eventos representando a Gran Bretaña.


Su Alteza Real Príncipe Felipe Duque de Edimburgo será recordado no solo como el consorte más longevo de la historia de Inglaterra sino además porque por sobre todas las cosas se ganó el cariño de los británicos por su compromiso y el servicio que brindó a la Casa de Windsor, por su apoyo incondicional a Su Majestad, a lo largo de 73 años de matrimonio; el hombre que sacrificó su vida y su carrera por su esposa para convertirse en su súbdito más leal y devoto. No por nada la Reina Elizabeth llamó a su marido “mi roca y mi fortaleza”. Y como si fuera poco, el Duque de Edimburgo dejó un legado en la historia grande del polo por su logros como jugador y dirigente, pero fundamentalmente, porque su enorme figura quedará por siempre ligada a través de su creación, Guards Polo Club, que, desde aquel lejano 1955 ha crecido sin parar hasta convertirse en uno de los más prestigiosos clubes de polo del mundo.


Por Alejandra Ocampo

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